lunes, 5 de noviembre de 2012

Quién me mandaría a mi...

Podría quejarme e ir de torturada o melancólica, pero ese rollo se lleva mucho. Casi tanto como el indie o el modernismo. Vaya dos últimos mesecitos... no recuerdo haber llorado tanto en tan poco tiempo, ni haber estado tan frustrada.

Es la primera vez en mi vida que carezco de metas. Cuento con 58 euros en la cuenta, cincuenta mil vestidos y ciento treinta y cinco mil brillos de labios. Eso sí, todos de marca. Y como diría mi amiga Vicky cuando imita a la tercera edad "de marca güena". Hoy calculaba que si no me hubiese comprado todo aquello hoy por hoy tendría hasta la posibilidad de independizarme. Y ojo, que eso es un lujazo, casi como tener trabajo teniendo "incluso" una carrera.

Seguramente otros en mi lugar estarían disfrutando de su ociosidad, pasándose todo el día examinando sus genitales con detenimiento. Pero los míos los tengo muy vistos, y desde hace años no sufren prácticamente variaciones. Entonces, ¿para qué mirar?

He comido mal, he dormido mal, he pasado frío, he aguantado "memeces", he limpiado cacas y pises ajenos de niños diabólicos... He estado a miles de kilómetros del amor de mi vida, dándome cabezazos en la cabeza por ser tan tonta de tomar la decisión de una vida separada de la suya. No he hecho "pechiochidades", he sido célibe por necesidad, y no he podido poner la calefacción.

"Mal, Marichu, mal" repetía mi cabeza cada día, no queriendo reconocer que había simplemente fracasado. Por una vez en mi vida se me había dado un ¡zas! en toda la boca. Y muy bien merecido...

Y sí, al fin abandoné. Es mejor una retirada a tiempo que una derrota segura, o eso dicen, ¿no? Eso hice, poner un punto y seguido construir por donde lo dejé.

Al pisar el aeropuerto y al ver la cara de mi madre, oler mi casa, ver comida saludable en la nevera y en conclusión sentir que había gente que me quería esa idea de "fracaso falso" se disipó por completo.

Cuando pude escribirle la frase de "te veo este fin de semana", cuando abrí la puerta y estaban mis dos pequeñas con un gel y una bolsa de M&M's que no tenía que reponer... en fin, felicidad en estado puro.

Y efectivamente, sigo con 58 euros en mi cuenta, sin trabajo, sin rumbo. Pero con salud, amor y todo lo necesario para levantarme cada día e ir a por todas. No todo el mundo tiene una madre que te da un beso te buenos días y te dice que te quiere, pese a tener una hija que por las mañanas es lo más parecido a un trol.

Por un momento, olvidé los abrazos existían. 

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